Me es complicado concertar la
edad que poseía cuando ocurrió. Tal vez la sombra del recuerdo se desvanece con
cada intento de esclarecerla, pero da igual el tiempo específico en el cual
sucedió el hecho, lo único que permanece es el sello inalienable de la
conmoción generada.
Un sol cegador impregnó mi faz
anímica. Corría a desazón por regresar en el momento adecuado. Lo muros
correspondíanse con pesaroso abrigo.
Evoco pues una época en donde
un pequeño, extrañamente atiborrado de pensamientos irregulares, suponía
disfrutar del espacio sagrado, para muchos, nombrado “descanso”.
Una institución, un poco
confusa en cuanto a la destinación de sus áreas era la cárcel de todo joven que ansía
abandonar su jornada y concentrarse en sus diversiones. Para mí era un caudal
de personas extrañas… En esa hora de libertad para jugar y desasosegarse, para
mí sólo significaba un período más.
De la mano al desconcierto fui adentrándome en
un lugar apartado de mi salón de clase. Caminaba a la intemperie. De pronto,
aquella alarma que aqueja cualquier sentimiento de los que me rodeaban vibró
con imponente sonido… Era el timbre de regreso a clases.
Lamentablemente, siendo el niño
juicio que siempre llega temprano me vi obligado a correr como alma que lleva el
diablo. Antes de esto los pasillos ya habían sido evacuados, pues me entretuve
ayudando a una docente.
El viento golpeaba mi rostro
con un augurio inquietante. Recuerdo subir por unos salientes del desagüe en
una parte silvestre de la institución. Aquí, con improvisado esfuerzo intenté
dar un salto para continuar por la acera, pero fallé.
Apunto en la velocidad a la que
corría. Simplemente, el impulso con el que caí —mi rostro contra una esquina
del desagüe— fue suficiente para romper mi nariz.
Recuerdo ver un intenso color
rojo rodeado de un haz negro como la noche. Aturdido, me levanté… En cuestión
de segundos volví a caer fulminado.
La marca de mis emociones
rondaba en la oscuridad. Al abrir mis ojos, mis pies parecían flotar. Al caer
en cuenta varias personas me llevaban en brazos para la rectoría, creo que en
un intento de encontrar un botiquín.
Después del azaroso suceso, en
una semana accedí a una operación para que fuese enderezado mi tabique. La zozobra posquirúrgica atenuó mi desempeño
social, claro, el de asistir a la institución, y en los días siguientes padecí
el tormento de los tratamientos y revisiones médicas.
1 comentario:
¿Esto cuando sucedió?? ¿te encuentras bien?
Siempre me dejas asombrada con el vocabulario tan amplio que utilizas en tus textos y ello me origina una duda ¿qué edad tienes? jejeje.
Saludos y si es cierto lo que escribes, espero que te recuperes.
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