El
ave que posaba allí, cual encanto,
de
su voz y su lira ya no suenan
las
promesas, misiones que envenenan,
el
vívido alabar, su canto santo.
El velo
de la noche, el sol y el manto
de
azuladas y grises nubes frenan
las
siluetas vagas… Huyen, penan,
y el
beso y emoción auguran llanto.
La penitencia
del viral desierto
sellaron
el altar con cual vencía
de
adulación a frustración lo incierto.
Volcara
una sutil anomalía,
pero
jamás por eficaz acierto,
burlara
en mi desdén la antorcha mía.
2 comentarios:
oye Daniel, la pieza que nos entregas con forma de soneto, tiene una sutileza genial que nos dice muy bien algunas certezas,
te mando saludos
PD digo en forma de soneto, por algunas reglas no cumplidas por ti, pero claro está, siempre respeto al poeta más que a la poesía
Amigo Daniel:
Tu poema tiene personalidad.
No importan tanto las reglas como el propio germen de la poesía, ese mundo de palabras y aire que es capaz de crear el poeta para ordenar el caos. Tú, no cabe duda, te has creado un mundo fantástico, procura que éste no ahogue con sus excesos a la palabra.
Un abrazo
Un fuerte abrazo
Elvira
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