“¡Muérete miserable que mendigas alegría;
púdrete sórdida ramera de fútil precio;
ahórcate como yo imbécil que padeces carne enfermiza,
que ya soplara furioso sobre ustedes el infierno!”
Y así, gritando con la voz siendo torcida
aquel blasfemo en el patíbulo suelta su peso,
y su cuerpo revoloteando cuelga enseguida
de la soga que abraza su viral cuello.
El pueblo como fantasmas, prefieren dar déspotas risas,
y la presa que es martirizada gruñe con ojos ciegos.
y así queda entonces, aquella irrisoria faz sombría,
que antes solía ser un sentimiento perfecto.