¡Ay, alma impía y sin pasión
que andas errante en pasajes desconocidos!
¿Por qué no acompañarme de paseo
por mi vergel ardiente de fuego inaudito?
¿Por qué considerar mi mundo infernal como óbice
para tu rumbo oneroso en el destino?
Tal vez fuese tortura peor para tu itinerario
¡Ay, alma impía, saber debieras que me sentí ufano contigo!
En mi palacio bajo aquel techo de nubes rojas
—que de tanto apreciarlas me han puesto los ojos flamígeros—,
tu vaga esencia me evocó tiempos pasados
en que mi espíritu corroído por ambrosía no tenía oficio,
en que mi espíritu se arrastraba sin ningún remordimiento,
en que mi espíritu bartuleaba el goce de estar vivo
¡Ay, alma impía y sin pasión,
me evocaste los días antiguos de existir y ser genuino!
Y tu sutil pero efímero paso por mi ofuscado averno,
dejó bajo mi monótono embozo un malestar perspicuo:
el vedado apetito para un alma condenada,
el vedado apetito que con estrujarlo muchos se han engreído,
ese apetito sin sentido y suspicaz como un sueño
dado en un babel de pesadillas, en un babel de silbidos
¡Ay, alma impía, saber quisiera si por designios me abandonaste,
o si en tu incursión sólo profanaste mis abismos!
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